Y hablando de historias, la Marina estadounidense ha decidido poner fin a una tradición que se remonta a 1850: adiós a la mayúsculas. Lo recogía The Wall Street Journal en su primera página hace pocos días. La US Navy ha venido emitiendo desde esa fecha todas sus comunicaciones oficiales en caja alta. Sin excepción. A mediados del siglo XIX el telégrafo y los otros canales hábiles de mensajería carecían de mayúsculas. He aquí la explicación. “No es síntoma de nada, y desde luego no vamos a hacer de la Marina un servicio más suave”, se han apresurado a transmitir fuentes autorizadas.
Según los códigos comúnmente aceptados de la escritura, las mayúsculas gritan. Avasallan. Exhortan. Intimidan. En la carrera y en los manuales clásicos se explicaba que un texto compuesto en caja alta —lo mismo que en cursiva— es más difícil de leer. En la dimensión digital, en webs y en redes sociales, hablar en mayúscula significa mucho: es mostrarse enfadado o autoritario, impetuoso o mandón, arisco, sin matices: es así y punto.
Yo adoraba las mayúsculas. Las descubrí en la universidad. Tomaba los apuntes en mayúsculas, sobre hojas cuadriculadas, y lo que a otros les ocupaba cinco o seis folios a mí me cabía en apenas media cara. Eran unos apuntes originales, la verdad. Aún los conservo. Salvo los de Derecho de la Información, la asignatura hueso que impartía Carlos Soria: me los pidió un compañero hoy televisivo y nunca los vi más. Originales y, además, demandados: fotocopiarlos salía más barato. He de reconocer que la idea de tomar apuntes en mayúsculas no fue mía sino de mi buen amigo Alberto Erro, hoy infografista e ilustrador en Diario de Navarra y desde niño compañero de pupitre en el colegio.
Las mayúsculas tienen la ventaja de no presentar rasgos ascendentes ni descendentes. Se puede así reducir la interlínea y crear bloques de titulación compactos. Siempre me han gustado esos bloques, rotundos, compuestos en Champion Gothic, por ejemplo, o más recientemente en Platform, que es más femenina y avant-garde.
¡Qué mundo éste de las letras! Tan prolijo y proceloso. Tan misterioso. Inabarcable. Hay mil matices y otros tantos colores, intensidades, sonoridades. Una tipografía equis puede robarme un temblor por su sutileza o por su contundencia, hasta ese punto. Nada tipográfico me deja indiferente. Creo que soy un raro, porque pocos entienden de qué hablo y algunos buenos amigos hasta se burlan cuando llaman por teléfono al estudio: ¿es ahí el templo del track y de la interlínea?
La historias se pueden contar en mayúscula o en minúscula. El resultado nunca será el mismo. La que hoy es mi mujer vino una vez a casa acompañada de su mejor amiga. Estudiábamos quinto de carrera en la Facultad de Periodismo, hoy mal llamada Comunicación. Jamás antes habíamos cruzado palabra, o casi. A última hora se interesó por aquellos apuntes apretados en mayúsculas. Hoy lo niega, pero es así. Tenían otra ventaja: servían de esquema para el repaso. Recuerdo que Elena apenas cruzó el umbral del vestíbulo. Recogió aquellos apuntes, prometió devolverlos y se marchó con su amiga por donde había venido. No me causó huella. Ni yo a ella. 24 años después seguimos juntos. Caigo en la cuenta de que la nuestra es una historia con mayúsculas.
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Tags: Alberto Erro, Diario de Navarra, periodismo, tipografía, US Navy
Bonita historia de letras. Tu fascinación me recuerda algunas de las páginas de la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson. Y mayúscula historia de/con Elena. Un abrazo para los dos.
ENHORABUENA!